miércoles, 17 de diciembre de 2014

Lo efímero

Siempre creí que la amitad era algo extremadamente difícil de alcanzar. Sentía que era un lazo demasiado fuerte, como tener un hermano que nació en otra familia. No crean que jamás le llamé amiga a las personas con las que compartía todos los días en el colegio, pero no lo tomaba con el sentido profundo que tenía para mi la palabra. Salí del colegio pensando que sólo había tenido una verdadera amiga en todos esos años, pero que no había sido tal (en el sentido que yo le doy a la palabra), porque por algo el lazo se había roto.
Han pasado largos años desde que mi percepción de amistad cambió, pero siempre he sentido que ese aspecto de mi vida estaba vacío y que realmente no me importaba no poseerlo. Seguí teniendo de esos amigos en la Universidad, pero algo faltaba de todos modos. Hasta que la conocí… porfugaces 3 meses.
Mail de una profesora, invitación a juntarse con chicos extranjeros (la idea era tener compañeros de intercambio de lengua), una increíble tarde. Yo estaba comiendo cuando veo a una chica un poco más bajita que yo sonriéndome. Pensé que era simplemente muy adorable, pero seguí mi conversación con un compañero de carrera. Hasta que se acercó y me tendió la mano.
- ¡Hi! Hannah.
-¿Gema?- le dije, sin lograr entender.
-No. Hannah, like Hannah Montana. – Nos reímos.
Conversamos largo y tendido de nuestos intereses y lo que queríamos hacer después de graduarnos. Hasta que llegó la hora de irse. Me aparte de la conversación para ir a buscar mis cosas y me dispuse a irme sin decir adiós (sí, soy bruta como yo sola). Pero ella corrió a despedirse (porque a diferencia de mi, ella tenía sentido común) y me pidió el número telefónico.
Pasaron unos días, pero no me llamó, supongo que era algo bastante imposible de conseguir para ambas teniendo números de distintos países. Hasta que decidí agregarla a Facebook -tengo un don para hallar gente en Facebook-. Me aceptó y pasaron un par de días para que me invitara a almorzar.
Era (es)  una de las personas más adorables que he conocido en mi vida. Nos juntamos un día a la semana cada una o dos, porque con las infinitas actividades que ella tenía conociendo el país y los innumerable trabajos que yo tenía para la universidad, era difícil coordinar nuestros días libres. Pero cuando nos juntábamos, pasaban las horas sin darnos cuenta, y todo era muy divertido y relajado. Con ella aprendí a perderle el miedo a hablar en inglés aunque hiciera el ridículo con algunos básicos errores gramaticales.
Me contó algunos planes secretos que esperaba completar a futuro, le confesé los míos; cosas que no saben muchas personas con las que comparto a diario. Hablamos de nuestras familias, de nuestros miedos, de nuestros novios. Aprendí mucho de ella.
Hasta que llegó el día de su partida. Me invitó a comer comida Thai (que no había probado nunca) y nos paseamos con sus compañeras de universidad. Una vez que nos despedimos de ellas, caminamos hasta el metro en donde teníamos que decir adiós. Creo que fue la despedida más difícil que he tenido con alguien porque cuando te despides siempre piensas en lo triste del momento y ya. Pero yo tenía miedo; miedo a no volver a verla más. A pesar de que me dijo que teníamos que vernos algún día, que yo estaría sí o sí en su matrimonio algún día, la incertidumbre de saber si eso ocurriría me invadió.
Ahora sí pude sentir todas esas emociones que sientes cuando tienes un amigo: lo extrañas, le quieres contar las cosas que te ocurren cada día, quieres saber si está bien, si le ha pasado algo, si está feliz. Y que no importa el tiempo, las personas se vuelven importantes, los recuerdos quedan marcados allí, para que sonrías cuando vengan a tu mente.
Cami.